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El voto es el instrumento por el cual, en democracia, la ciudadanía delega su soberanía a los políticos que mejor les representen. Defender intereses diferentes o incluso contrarios a los de sus votantes es un fraude político que habría de convertir en ilegítimo a cualquier gobierno democrático. No obstante, es un mal tan habitual que se considera inevitable... pero no para siempre ni para todo el mundo. Pueblos como el maya en Guatemala (Sipakapa NO se vende) se ha opuesto en consulta popular a la explotación minera de su territorio mientras que en las plazas de nuestras ciudades brotan los campamentos donde la gente reclama si hace o no lo mismo: la autonomía de los pueblos y las personas delante de las políticas especuladoras de los parques financieros (Awake# Global Revolution). Esta revolución no quiere rescatar bancos, quiere rescatar a los gobiernos de las manos del capital. Vivimos en democracia, el poder es del pueblo y el pueblo ha expresado su rechazo a un sistema de gobierno que lo vende todo al mejor postor, incluidos los países soberanos (¿Quién nos gobierna?). Este es el modelo de desarrollo que rechazamos tanto la gente del Norte como la del Sur: cada vez somos más los que no estamos dispuestos a malvender nuestro poder soberano, nuestro capital humano o nuestros recursos naturales a cambio de créditos y ayudas para pagar unas deudas que no nos corresponden.