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Hay muchas maneras de vivir, pero nadie tiene el derecho de imponer su manera a los demás. Algunos invierten toda su vida y la de los demás en ser ricos y poderosos mientras que para otros, aquello no tiene ningún sentido. El petróleo, por ejemplo, no supone riqueza alguna para los habitantes de la Amazonia peruana, más bien los hunde en la miseria (Amazònia: masato o petróleo). Tampoco la guerra es para todas la mejor de las soluciones a los conflictos. Incluso existen zonas conflictivas en el planeta como en Oriente Medio donde la gente desea más el diálogo que la amenaza nuclear, por eso se envían declaraciones recíprocas de paz por Facebook y YouTube (Israel loves Iranians/Iran loves Israelians). Por tanto, ¿a quienes realmente les interesa que el petróleo o la guerra sean las únicas razones para vivir o morir? La industria en general, y la armamentística en particular, está muy interesada en que los países productores de materias primas estén constantemente en conflicto: un país inestable es más fácil de explotar y eso favorece sus negocios, especialmente el de las armas. A los gobiernos tampoco les desfavorece el contar con algún enemigo siempre a mano: una población atemorizada es más fácil de controlar. El miedo alimenta la violencia y la violencia hace crecer los fondos de empresas y gobiernos sin escrúpulos… La triste paradoja es que algunos de estos gobiernos, a pesar de pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU, controlan buena parte del comercio mundial de armas. De aquí se deriva la necesidad urgente de movilizarse Por un tratado a prueba de balas, como propone Amnistía Internacional.