El panorama es desalentador. Tenemos un presente insostenible que depende de los combustibles fósiles y el consumo desmedido, aderezado con un sistema financiero ambicioso, que, en connivencia con la complicidad de los gobiernos han colapsado la economía mundial a base de años de especulación y estafas contra los ahorros de los ciudadanos (Mis ahorros, su botín). Si queremos tener algún futuro, no tenemos más remedio que quitar el pie del acelerador y comenzar a circular por el carril lento de la vida, produciendo y consumiendo sólo aquello necesario. Las teorías del decrecimiento sostenible defienden que el crecimiento económico no es la respuesta a todas las crisis que ahora padecemos (financiera, ambiental, social) y que hay maneras alternativas de vivir al actual desarrollo inhumano: trabajar menos, consumir menos y vivir mejor, es la tesis defendida en Life after Growth. Sin embargo, el decrecimiento no sólo propone una nueva relación de equilibrio entre los seres humanos y la Naturaleza, sino también entre los propios seres humanos. De ahí que sea necesario resarcir otra de las estafas históricas, la de la deuda externa de los países empobrecidos, una estafa cometida por las potencias mundiales a través de sus multinacionales durante siglos de colonialismo y neocolonialismo del Norte sobre el Sur (¡No podemos pagar la deuda!).