A pesar de ser un derecho fundamental, la soberanía alimentaria que el movimiento internacional campesino comenzó a exigir a finales de 1990 continúa siendo una asignatura pendiente. Supone el derecho de los pueblos a poder alimentarse de forma sana y saludable con todo lo que ello significa: derecho a la tierra, a determinar sus propias políticas agrarias y alimentarias y a proteger y regular su producción y su comercio agrícola. Es una cuestión de supervivencia, aunque nadie lo diría viendo cómo hemos dejado la soberanía alimentaria de continentes enteros como Africa en manos de las políticas agrícolas neoliberales y las transnacionales (PAREN, aquí vive gente). A la rapiña se le han ido sumando, desde que ha reventado la burbuja inmobiliaria, grandes inversores que han encontrado en el mercado de los alimentos un nuevo terreno fértil para sus prácticas especulativas (Food Speculation). A partir de aquí, la vida de millones de personas fluctúa en función de las apuestas financieras sobre el riesgo de la gente a pasar hambre sin que exista ningún tipo de regulación estricta capaz de pararles los pies. Cansados de esperar a que la ley ponga orden, la ciudadanía de muchas partes del mundo utiliza el poder de la imaginación para plantar cara al modelo postcapitalista con proyectos comunitarios como los que nos hace descubrir el documental La Voz del Viento - Semillas de transición. Utopías hechas realidad a base de cultivar la semilla de proximidad con el objetivo de tornar a ser autosuficientes evitando así devorarnos los unos a los otros.